Fragmento de La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez
Doy vueltas a un globo terráqueo que hay sobre mi mesa. Del azul del mar surgen los variados colores de los distintos países. ¿Habrá una geografía sentimental tan variada como la política? Durante cientos de años, lso individuos de cualquier sociedad pensaron que las personas extranjeras no eran seres humanos y que no sentían igual. En efecto, hemos necesitado mucho tiempo para reconocernos como integrantes de una especie común: la especie humana. Pero la cuestión que quiero plantear es ahora otra: ¿sentimos todos los seres humanos, como miembros que somos de una única especie, de la misma manera o hay sentimientos exclusivos de las diferentes culturas? Cuando un esquimal siente naklik, ¿experimenta lo mismo que un español cuando siente amor, que es la traducción oficial de esa palabra?
Cuando leemos los libros de viajeros antropólogos, encontramos algunos sentimientos chocantes. Cuando los ingleses introdujeron el fútbol en Nueva Guinea, por ejemplo, el pueblo de los tangú no quiso jugar: había que cambiar primero las reglas porque no les gusta que haya ganadores ni perdedores. Piensan que eso afecta negativamente a la interacción social. Hubo, pues, que cambiar las normas de los partidos de fútbol ya que lo importante para ellos no es ganar, sino que los dos equipos tengan al final la misma puntuación. Y juegan hasta que lo consiguen, aunque el partido tenga que celebrarse durante varios días.
En los últimos años se ha creado una nueva especialidad académica: la psicología cultural. Sus partidarias y partidarios sostienen que las funciones mentales de un ser humano dependen de la cultura en la que han nacido y crecido, y que, por tanto, no se puede hablar de una psicología universal, sino de una psicología occidental, bantú, balinesa, china, esquimal o pernambuqueña. Los sentimientos están incluidos en ese grupo de determinismo cultural, por lo que no aceptan la existencia de sentimientos universales. ¿Es esto verdad?
Para responder a esta pregunta, viajemos por tierras, tiempos, razas y culturas diferentes. Si estudiamos las lenguas lejanas, parace que la vida afectiva cambia mucho en la variedad y riqueza según el lugar. La población chewong, aborigen de Malasia Central, sólo tiene ocho palabras para nombrar sus sentimientos: furia, miedo, celos, vergüenza, orgullo, gustar, querer y querer mucho. Lo curioso es que el pueblo malayo, vecino del chewong, usa doscientos términos referidos a estados emocionales, y el chino de Taiwan, setecientos cincuenta aproximadamente. ¿Y el español? Como curiosidad diré que en muchos libros anglosajones se habla de un sentimiento típicamente hispano, la spanish shame, la “vergüenza española” o vergüenza ajena, ese ridículo que se siente por lo que hace otra persona. Algo que, según esos libros, no vive el resto de los seres humanos.
A pesar de estas diferencias, muchas investigadoras e investigadores pensamos que hay unas emociones básicas universales que resultan después de ser moduladas por las culturas. Ekmann, un experto en el tema, ha llegado a la conclusión de que hay seis emociones comunes a toda la humanidad: miedo, alegría, tristeza, sorpresa, furia y asco. Una tanzana puede reconocer el gesto de sorpresa de una esquimal y un chino la expresión de miedo de un finlandés. La universalidad de estos sentimientos está basada en la universalidad de situaciones y problemas humanos. Al fin y al cabo, son la respuesta al choque de nuestras expectativas y deseos con la realidad. Este núcleo común posibilita que diferentes sociedades puedan entenderse aunque estén culturalmente alejadas. El resultado de esta investigación abre, además, el camino para una importante tarea educativa. Si las emociones son influidas, seleccionadas, fomentadas o bloqueadas por la cultura, tenemos que tomar en serio la educación de los sentimientos como una urgente y eficaz preparación para la felicidad y la buena convivencia.
Fuente: La inteligencia fracasada Autor: José Antonio Marina
ISBN 84-339-6217-5